Después de compararse repetidamente al emperador Justiniano, a Churchill y a Napoleón, Berlusconi -empresario televisivo y publicitario- se dio cuenta de que el público ya no le hacía caso. Sucedió ya con la «gracia» de poner los «cuernos» sobre la cabeza del ministro de turno en las fotos oficiales, o con la de hacer otro gesto vulgar con el dedo central de la mano.Modestia aparte
En las últimas dos semanas, Berlusconi se comparaba con Héctor y con Moisés, sin que a nadie le importase mucho. El sábado, intentando recuperar el interés de un público aburrido, Silvio Berlusconi afirmó que «sobre Napoleón hacía simplemente una broma. Yo soy el Jesucristo de la política, una víctima paciente. Lo soporto todo y me sacrifico por todos».
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