Triste verano nos está deparando el fuego. Galicia arde por los cuatro costados y a los que estamos lejos no nos queda si no llorar lo que ya no está y seguir con padecimiento el desarrollo de los acontenimientos, la extinción de los fuegos durante el día y el resurgimiento inevitable por las noches

Las razones, varias. Me quedo con todas las que exponía ayer El País en su editorial:

Intereses de los ganaderos (para aumentar la superficie de pastos) o de los madereros (para comprar madera más barata); acción de pirados o aventados que aman el fuego; razones de rivalidad o venganza entre vecinos o parientes en pleitos; resentimiento de trabajadores de las brigadas antifuego despedidos; intereses inmobiliarios. Incluso podría hoy añadirse a personas interesadas en que no se edifique en un determinado paraje y saben que no podrá hacerse en 30 años en terrenos que hayan ardido. O a narcos interesados en que la policía investigue incendios más que alijos.

Sea como sea la situación es triste, y quizá Galicia tarde mucho en volver a ser lo que era. Quizá nunca lo sea. Se construirán urbanizaciones cerca de las ciudades y de la costa, por mucho que la ley diga que lo evita. Y nunca se recuperará lo que había.

Solo nos queda la esperanza de que, al final, el verde vuelva a vencer al negro


Con el mismo título, dando más datos: Microsiervos y Periodistas 21

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