Hace unos días me di cuenta y ayer, al fin, lo confirmé. No es odio lo que siento al oír su nombre o el de lo que siempre le acompaña, que irremediablemente asocio a él y que, quizá, sea el verdadero origen, que no excusa, de todo.
No, no es odio y ni siquiera rencor por haber intentado, y casi conseguido, quitarme todo lo que me rodeaba y destruir lo poco de mi vida que había conseguido construir con, por lo visto, frágiles cimientos; por todavía estar siempre presente aunque debería estar lejos y desaparecido; por formar aún parte, en parte, de mi vida.
No, al oír su nombre lo que hace estremecer mi estómago y encogerse mi corazón es miedo. A que todo vuelva a empezar y consiga, por fin, el que parecía su objetivo. A enterrarme de nuevo y no conseguir salir, a desparecer voluntariamente de una lucha que no mereció ganar y ni siquiera empatar, de la que nunca sabré el resultado final pero de la que salgo derrotado cada vez que algo me recuerda a él.
Afortunadamente ésto cada vez es menos frecuente y además, a costa de aprender de errores propios y ajenos y de haberme alejado con acierto y rapidez forzosa, aunque brusca y dolorosa, de aquel agujero de celos, envidias y puñaladas traperas, todo empieza a parecerse más a una pesadilla recurrente que a una realidad tormentosa. Afortunadamente parece que hay algo, aunque no lo que por entonces suponía, al final del tunel.
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creo que me he perdido.... pero eso sí, te ha salido un comentario mu profundo
Nada en particular, solo es algo que tenia ahí y que me apetecia escribir para que quedara bien...