"Los arqueólogos solían debatir acerca de si el derrumbe de los Mayas se debió a sequía, guerra o enfermedad, o a un número de otras posibilidades tales como la inestabilidad política", comenta Sever. "Ahora creemos que todos estos factores estuvieron implicados, pero eran solamente los síntomas. La causa principal fue una escasez crónica de alimento y agua, debido a cierta combinación de la sequía natural y la deforestación ocasionada por los seres humanos".Desde otro lugar (noticia completa): Surgimiento y Caída del Imperio Maya
Dear Internet Explorer:
It's over. Our relationship just hasn't been working for a while, and now, this is it. I'm leaving you for another browser.
I know this isn't a good time--you're down with yet another virus. I do hope you feel better soon--really, I do--but I, too, have to move on with my life. Fact is, in the entire time I've known you, you seem to always have a virus or an occasional worm. You should really see a doctor.
That said, I just can't continue with this relationship any longer. I know you say you'll fix things, that next time it'll go better--but that's what you said the last time--and the time before that. Each time I believed you.
Well, not any longer.
You cheater!
The truth is there's nothing more you can say to make things better. I know about your secret marriage to Windows. You say you two are not seeing each other anymore, but I just don't believe it. You say you can live without Windows, and I've heard that Windows can live without you, but I know that's simply not true.What about HTML e-mail in Outlook? Every time there's a new letter in the Inbox, you rush over to help Windows render it. And what about HTML within Word? There you go again. And don't get me started with those late nights you've spent rendering thumbnail images in Windows Explorer. You're all over Windows and, what, you just expect me to turn a blind eye?
You're no longer fit
For another thing, you've gone and gotten all lazy and out of shape on me. When was the last time you picked up a new feature? Two years ago? Three? While you rest on your laurels, while you spend your days slapping patches on the various flaws that seem to pour out as though your source code were a colander, the Internet has changed. A lot.Last Christmas, I gave you a free RSS reader, Pluck, and you seemed to like it, with new feeds popping up from time to time keeping you fun and relevant. It gave me reason to think maybe you and I could work things out. But, in the end, it just wasn't a true fit; it wasn't really a part of you.
When I mentioned wanting to view more than one Web page at a time, you just laughed, said it couldn't be done. Well, I knew that wasn't true. Opera, Netscape, and now Firefox, they can all do it. You simply don't want to discuss change.
And when you do, it's only because of someone else. A certain someone else: Windows. Don't deny it. You didn't think twice when Windows XP SP2 offered you its shiny new pop-up blocker. Or gave you new firewall protection. I know Windows has promised to block buffer overflows, too--but I'll believe it when I see it.
Yet what have you done for me lately? I don't want to keep upgrading my operating system just to keep you around. Talk about baggage.
This is it
I know, I've tried breaking up before, and I've always come back, but that's because I couldn't find the right browser to move on with. I want an independent browser, one that stands on its own without a codependent operating system. What I want is a browser that's strong and secure, one that handles the latest content and won't crash. I want transparency. I want code that actually means something.I have found just that.
With Mozilla Firefox, at least I know where I stand. The code is open source, built from the ground up, clean--not recycled. No more hidden agendas. At least when there's a flaw in Firefox, this browser alerts me on its toolbar. It doesn't try to hide its mistakes, waiting until the second Tuesday of the month to offer me a patch for some flaw that's been out there for six months already.
I can take my Firefox to my Mac and Linux friends, and everyone gets along just fine. You barely even talk to Macs anymore, and you always seem to walk out of the room whenever Linux stops by. Why? What are you afraid of? Honestly, a grown browser like you afraid of a little operating system? I think this snobby behavior speaks volumes about what's wrong with this relationship.
So this is it: Good-bye. I know you'll do fine without me; you always have. I'm sure there'll be someone who'll find you to be cute and interesting. It just won't be me.
Sometimes, breaking up can be easy.
By Robert Vamosi
Senior editor, CNET Reviews
Revisa periódicamente la carpeta de Correo electrónico no deseadoVamos, que suena a guerra preventiva. Somos tan, tan eficientes que a veces nos cargamos cosas buenas para poder asegurar que nadie nos va a molestar. Ni el mismísimo Bush lo habría dicho mejor.
Los filtros contra el correo no deseado de MSN Hotmail son tan potentes, que en ocasiones, un mensaje deseado puede acabar en tu carpeta de Correo electrónico no deseado. Evita que esto ocurra revisando esta carpeta.
AGRADECIMIENTO Y REPASODesde otro lugar: Javier MaríasPor primera vez he hecho uso de la Real Zona Fantasma o Twilight Zone Royal, es decir, de la página web que Montse Vega tuvo la amabilidad y la paciencia de abrir hace unos años y que, según se me cuenta sin excepción, ha cuidado desde entonces con una atención que a buen seguro su subject-matter no merece.
Y aunque sigo sin visitarla, por los ecos recibidos he comprobado cuán meteórico es su funcionamiento, por lo que estoy muy agradecido. También me ha sido dado ver, impresa, una selección de los mensajes enviados a la web o al foro (disculparán que vacile con la terminología). La mayoría eran de apoyo ante la situación que yo expliqué con motivo de mi despedida de El Semanal. Y, para agradecerlos, se me ha ocurrido ahora hacer algunos comentarios y puntualizaciones al respecto:
–Algunos mensajes dudaban de que el mío se tratase efectivamente de un “caso de censura”. La duda es para mí incomprensible. Si yo tengo una publicación y me envía espontáneamente un texto –cómo decir– Jaime Campmany, es seguro que no lo publicaré y que estaré en mi perfecto derecho a negarme, en consonancia con la libertad de contratación de cualquier empresa privada. Ahora bien, si yo le ofrezco una colaboración fija a un escritor, todos los domingos; si le digo que el tema de sus escritos es libre y que hable de lo que le parezca cada semana; si además no le advierto de que hay algunas cuestiones o personas “delicadas” y de las que preferiría que no se ocupase críticamente; si, al cabo de casi ocho años de esa colaboración y de 398 artículos publicados, no le he planteado apenas problemas, y tan sólo le he pedido en una ocasión que omitiera el nombre de una empresa y en otra que retirara “lo de las patillas de mayordomo” de un individuo que resulta ser uno de mis principales accionistas (cosa que el escritor ignoraba); si le he dado el visto bueno, en suma, a 398 de sus opiniones, me gustaran o no, porque si contraté a ese escritor fue para que opinara libremente e hiciera pensar a mis lectores y planteara cuestiones de interés; entonces no es de recibo que la opinión 399 sea condenada a ver la luz, por el motivo o las presiones que sean, y se trata, clara e indudablemente, de un caso de censura. Parece que todavía hay gente en España que no acaba de entender que, ante una opinión que le desagrade, puede criticarla, rebatirla, enojarse con ella y hasta poner verde a quien la ha expresado. Pero no impedírsela. Porque, entre otros motivos, y como ya comenté en mi nota, la censura es algo ilegal en España desde que tenemos la actual Constitución. Y supongo que, si yo estuviera dispuesto a meterme en semejante lata y semejante lío, podría incluso presentar una denuncia contra mis censores. No lo estoy, de momento al menos.
–He visto algunos mensajes que o se pasaban de listos o eran muy retorcidos o ambas cosas a la vez. Alguien señalaba que, al aceptar yo el retraso de tres meses para la publicación de mi artículo “Creed en nosotros a cambio”, ya sabía que la pieza nunca saldría, porque en ella hacía referencia a las anteriores de Pérez-Reverte, de agosto y septiembre de 2002. Pues bien, nada más fácil que haber cambiado las palabras “últimamente” por “hace unos meses”, “durante semanas he asistido” por “en su momento asistí”, etc. Mi artículo era, en todo lo demás y por desdicha, completamente intemporal, y habría valido lo mismo en septiembre de 2002, o en octubre, y en enero de 2003. Son ganas de desconfiar, ¿no?
–También lo son decir que el acto de censura se produjo en septiembre y que a qué venía todo lo demás. Expliqué cuál fue mi reacción entonces, y cómo los responsables de El Semanal (que quizá padecían esa censura más que imponerla ellos) intentaron al día siguiente salvar la situación y proponerme algo intermedio para impedir mi marcha. Durante demasiados años he sido en exceso impulsivo. He aprendido a escuchar a los demás, y a transigir hasta donde me suele parecer aceptable, y siempre que creo ver buena intención. Así que acepté la demora, una solución insatisfactoria pero razonable dentro de todo. Ya no transigí más cuando aquel trato se vio incumplido, pese a que no tengo aún motivos para dudar de la buena intención con que se me propuso esa demora en su día. Tal vez los responsables directos de El Semanal se vieron impedidos de cumplir el trato, a su pesar. No lo sé ni lo voy a saber. Siempre hay que dar, sin embargo, el beneficio de la duda.
–Más interesante que estos mensajes recelosos me pareció el de alguien que más o menos señalaba: “Bueno, el autor se ha largado muy dignamente, pero mira, de momento ya lo tienen callado”. En efecto, a eso se lo llama en política “posibilismo”. Mi razonamiento podía haber sido: “Bueno, dejo que me censuren este artículo, pero si sigo aquí podré dar la tabarra con otros asuntos, y eso es mejor que nada”. Ignoramos cuántos escritores o periodistas no habrán hecho caso a ese razonamiento, o no se habrán justificado con él, porque, para empezar, ignoramos los casos de censura en los que los damnificados han tragado. Sólo nos enteramos, precisamente, de los que no son aceptados. Así que no sabemos si es que con este o aquel autor “no se atreven”, o si es que este o aquel autor, simplemente, han tragado cuando les ha tocado. En lo que a mí respecta, no le faltaba razón a quien hizo aquel comentario. Pero ahí entra el carácter de cada uno. Los responsables de El Semanal intentaron convencerme de que continuara, hasta el final. Es decir, de que aceptara la censura y siguiera como si tal cosa. Yo, lo siento, me conozco ya un poco, y, como les dije a ellos: “Eso no es que vaya contra mis principios, que no sé si los tengo ni cuáles son y además son una cursilería para apelar a ellos; pero sí va contra mi manera de ser. Yo me sentiría mal e incómodo, y enfadado conmigo mismo”. A eso hay que añadir algo más: si uno acepta o traga una vez, es seguro que intentarán que trague de nuevo, con esto, aquello o lo de más allá. De tal manera que, aun siguiendo, uno puede acabar igualmente callado o, lo que es peor, atemorizado.
–Aparte de eso, dudo mucho que vaya a estar yo “callado” mucho tiempo Y si no, al tiempo. Hay otros sitios en los que por lo visto quieren que siga hablando.
–Me han llamado también la atención algunos comentarios del tipo: “Ya, se pone digno porque puede ... Así es fácil”. No, no es fácil irse de los sitios aunque uno no viva exclusivamente de lo que gana en tales sitios. Y casi nadie lo hace, aunque se lo pueda permitir. Hay otros muchos factores por los que la gente se resiste a abandonar la silla que ocupa, ya lo creo. Pero, en todo caso, si yo puedo permitírmelo es sólo porque mis libros han sido o son comprados por los suficientes lectores, aquí y sobre todo en otros países. No es porque posea una fortuna personal, no porque haya hecho negocios turbios, ni porque haya explotado jamás a nadie. Es sólo por suerte, digámoslo así. Y la suerte sirve para eso, entre otras cosas: para elegir, para ser algo más libre que la mayoría, para no tener que quedarse donde uno ya no quiere estar. Para elegir con quién se está y con quién no se está. Yo les deseo a todos la máxima suerte, claro está.
–Pero aún añadiré que cuando mis libros los compraban como mucho tres mil lectores y yo vivía en parte de traducir, me negué a que una editorial “retocara” una traducción que había hecho, a sabiendas de que eso me supondría no volver a trabajar para ella. Es tan sólo un ejemplo, entre otros posibles. Porque, para irse de los sitios, hay que tener otra cosa además de suerte y posibilidad: carácter.
–Hay que tener carácter para irse de una editorial importante, o para ponerle un pleito a un importantísimo productor de cine por incumplimiento de contrato, o para marcharse de Televisión Española dando un portazo. Independientemente del dinero que uno haya ganado sin engañar ni robar a nadie, o de los libros que le hayan comprado lectores que lo han elegido con entera libertad. Y carácter tuvo, por tanto, mi compañero de página Arturo Pérez-Reverte cuando se fue de TVE. Porque al irse uno no se va solamente, sino que se cierra puertas y se crea enemigos. Y créanme todos, eso es algo que casi nadie quiere hacer, ni siquiera los mayores millonarios.
–Me ha sorprendido mucho, por tanto, ver tantos mensajes reclamatorios hacia Arturo Pérez-Reverte. Como hemos contado él y yo, nuestra amistad es relativa, en el sentido de que nos hemos visto pocas veces la cara. Está basada en inesperadas afinidades, no tanto literarias cuanto de posturas ante las cosas, que el uno hemos visto en el otro a lo largo de casi ocho años de compartir la misma publicación, hombro con hombro. Debo decir que en ningún momento se me ha ocurrido esperar (menos aún pedir, ni siquiera insinuar) que él fuera a marcharse de El Semanal por lo ocurrido con mi “caso”. Como él dice muchas veces, “cada cual es cada cual”. Y si en algo coincidimos, es, estoy seguro, en no dar nunca nada por descontado, menos aún por “debido”. El asunto me ha tocado a mí como podía haberle tocado a él si, por ejemplo, hubiera sido yo el primero en hablar de la Iglesia y él hubiera llegado con el incendio ya en su apogeo. Pero me ha tocado a mí y no a él. Cada uno ventila sus asuntos como le parece, cada uno toma sus decisiones libremente, sin esperar nada del otro sino más bien al contrario (o ese es mi caso), es decir, no queriendo mezclar a nadie más, por nada del mundo, en las propias batallas, en las que uno decide librar. Lo último que yo quisiera es poner a nadie en ningún brete por mis problemas o mis querellas. Y estoy seguro de que también es lo último que querría él, conmigo o con cualquier otro. Y por lo tanto no pienso de mi compañero ni una pizca menos de lo que pensaba antes de este “caso”. A mí no me ha podido “defraudar”, porque la última de mis expectativas era la que, curiosamente, manifiestan albergar muchos mensajes de los que he leído. Así que, en lo que a mí respecta, dejen estar tan absurda cuestión. Está totalmente fuera de lugar. Ni él ni yo, recuérdenlo, hemos ido nunca, cómo decir, de “solidarios oficiales”, ¿verdad que no?
–Dicho sea de paso, y por si ellos no lo dejaran estar: he visto con horror cómo entre los revertitas hay unos pocos que más bien parecen campmanyitas, por lo falangistas y lo soeces y lo tarados que se diría que son. Estoy seguro de que, en un hipotético barco pirata comandado por el Capitán Sadwing, éste ya los habría colgado a todos del palo mayor, tras una buena tanda de latigazos ante toda la tripulación.
–Última cuestión: el silencio de la prensa escrita sobre este “caso”, la de Madrid y Barcelona al menos. Yo no puedo saber, pero habría varias posibilidades, alguna de ellas ya apuntada en algún mensaje. A saber: a) que la prensa observe ciertas “diplomacias” que desconocemos; b) que exista entre los diarios un tácito corporativismo, y que en ciertas cuestiones eso prime sobre todo lo demás; c) que en el terreno de los artículos censurados, nadie esté enteramente libre de pecado, cada uno con sus santos, y sea por tanto muy arriesgado lanzar una primera piedra contra el vecino. Sea como sea, más llamativo que el silencio de los periódicos propiamente dichos me parece el de los diversos columnistas (en principio con libertad para referirse a los asuntos que quieran), esos sí, “solidarios oficiales” y aun profesionales. No puedo evitar preguntarme si habría habido el mismo silencio de haber sido el “damnificado”, en vez de yo, un Juan Goytisolo, o un Vázquez Montalbán, o incluso un Muñoz Molina. Puede ser, no lo creo. Parecidos silencios (cuando no algo peor, animadversión) encontré por parte de mis colegas cuando me enfrenté a una editorial y a una productora cinematográfica, por cuestiones que podían atañer a cualquiera. Como una y otra van de “progres”, pensaba, no acaban de ver bien mi actitud (que no era muy distinta de la de un trabajador ante sendos empresarios). Pero esta vez la cosa tiene menos explicación aún: un caso de censura, y con la Iglesia Católica por medio ... ¿Cómo no están armándola quienes la arman por todo y por nada, y además quedan muy bien? Yo tengo mi teoría, pero sería pretencioso darla a conocer, aunque sea aquí. Pues he comprobado que aquí llega quien quiere ... y quien posee un ordenador. Tal vez algunos de ustedes tengan otra teoría, o la misma, vayan todos a saber.
Sólo me queda reiterar mi agradecimiento a Montse Vega por permitirme explicar aquí lo que quizá no habría podido explicar fácilmente (o sin dar la lata) en otro lugar; y a Inés Blanca, o Strogoff Royal, por hacerme de intermediaria; y a todos los demás, por último, por su atención y su apoyo manifiesto y lleno de simpatía hacia mi “causa”, que ya no “caso”.
NOTA DE JAVIER MARÍASDesde otro lugar: Javier Marías
A partir del domingo 22 de diciembre de 2002 ya no aparece, en la revista El Semanal, mi habitual colaboración desde hace casi ocho años, que en los últimos tiempos llevaba el epígrafe Reino de Redonda. El motivo y la historia son los siguientes:
A raíz de dos artículos de mi vecino de página Arturo Pérez-Reverte, Duke of Corso, sobre la Iglesia Católica (el primero, en el mes de agosto, se titutó "Beatus Ille"; el segundo, en septiembre, "Resentido, naturalmente"), yo escribí uno sobre el mismo tema y sobre las religiones en general, que títulé "Creed en nosotros a cambio". Esa pieza, la número 398 desde el inicio de mis colaboraciones fijas en El Semanal, debería haber aparecido el 6 de octubre de 2002.
No fue así porque los responsables del dominical la censuraron y dijeron que no se podía publicar. Al saberlo, mi reacción inmediata fue renunciar a mis colaboraciones. Al día siguiente, El Semanal me propuso una solución posible: el artículo no saldría de momento porque los ánimos estaban muy soliviantados con los dos de mi vecino Pérez-Reverte (los de lectores varios, los de algunos directores de periódicos que distribuyen El Semanal -en particular, al parecer el Diario de Navarra-, los de alguna gente "de arriba", es de suponer que accionistas), pero sí más adelante, cuando esos ánimos se hubieran calmado. Acepté la propuesta, con la condición de que la demora no fuera excesiva. Se acordó dejar pasar las Navidades. El artículo censurado se publicaría el domingo 12 de enero de 2003. Ese fue el trato y yo seguí con mis colaboraciones.
Pero ahora, cuando esa fecha acordada se iba acercando, los responsables de El Semanal me comunicaron que el artículo en cuestión tampoco iba a salir en esa fecha.
De tal manera que, a la censura del artículo (ya para mí inaceptable), se unía el incumplimiento de un trato. Es evidente que no se me dejaba otra opción que poner fin a mis colaboraciones. Lo he hecho con pena: han sido 409 artículos, de los cuales vieron la luz 408; han sido casi ocho años de presencia semanal en esa revista. También lo he hecho con amargura: siempre la provoca tener que irse de un sitio por culpa de la censura (que, entre otras cosas, es algo ilegal en nuestro país); más aún si dicha censura se ejerce contra una opinión personal acerca de la Iglesia Católica y de las religiones, como si aún estuviéramos bajo un régimen confesional, y como si no hubiéramos padecido durante demasiados años censuras de la misma índole, todos y cada uno de los habitantes de nuestro país.
Un último artículo de despedida de El Semanal no era posible: nadie me aseguraba que yo pudiera contar, ni siquiera insinuar, las razones de mi adiós. Vaya éste desde aquí, aunque parcialmente, con mi gratitud hacia todos los lectores de esa revista que me han acompañado o soportado durante tantísimos domingos, y también hacia mi compañero Captain Sadwing. Combatir a su lado fue un placer.
APOSTILLA NAVIDEÑA
Sabedor de que algunos responsables del suplemento dominical El Semanal niegan que se hubiera acordado una fecha concreta (el 12 de enero de 2003) para la publicación tardía de mi artículo censurado "Creed en nosotros a cambio", quizá sea oportuno completar la información dada hace unos días sobre mi salida de esa revista, con el siguiente dato:
El que resultó ser mi último artículo publicado ("La casa en semiorden", del 15 de diciembre de 2002) constaba originalmente de siete apartados numerados. El séptimo, sin embargo, fue también censurado, y decía así:
"7) Aprovecho para avisar de que el 12 de enero (tras la tregua navideña) publicaré aquí un artículo del que discreparán muchísimo los católicos y los religiosos en general. Visto cómo reaccionaron algunos contra mi vecino Corso en su día, quisiera recordarles que tanto derecho tenemos él o yo de expresar nuestras opiniones personales sobre esos asuntos como los creyentes más fervorosos. (Ya lo sé, curarse en salud se llama esto. Pero tengo mis razones, qué quieren.)"
Los responsables de El Semanal consideraron este apartado "una provocación", cuando era más bien un aviso y, como dice el texto, un "curarse en salud". Juzgaron inconveniente que yo anunciara ese artículo, de modo que el párrafo se suprimió, con mi consentimiento pero no por mi gusto. Uno o dos días después supe que el artículo de la discordia no se iba a publicar el 12 de enero, en contra de lo pactado, y fue entonces cuando comprendí por qué el apartado 7) resultaba tan inconveniente. En él los emplazaba a cumplir un trato que, mucho me temo, ya tenían previsto no cumplir. Y, claro está, que la fecha estaba acordada lo prueba ese apartado 7), que tampoco vio la luz.
It's your mail. You should be able to choose how and where you read it. Access your mail the way you want to, with free POP access and automatic forwarding. You can even switch to other email services without having to worry about losing access to your messages. Think of it as email portability.Si no se les sube a la cabeza y empiezan a cobrar por todo (Cuando empezó el servicio de forwarding pusieron una nota amenazando que solo sería gratuito durante la época de prueba), podemos estar definitivamente ante una nueva forma de concebir internet.
Mi arrojado vecino el Duque de Corso se ha topado con la Iglesia últimamente, o más bien con sus beatas y monaguillos más coléricos. Durante semanas he asistido a la furia de los lectores, bien representada aquí en la sección de cartas, y luego he leído, hace dos domingos, el eco que se hacía Pérez-Rafferty de las que no han visto más luz que la de sus fatigados, hartísimos ojos ("Resentido, naturalmente", tituló su columna). No pretendo terciar, cada cual libra las batallas que elige y al Capitán Sadwing no le hace falta ayuda en las suyas, ya pega mandobles y suele cargarlos de razón, encima. Pero la larga escaramuza me ha llevado a reflexionar un poco (no suelo: encuentro el tema carente de todo interés) sobre esta Oficial y Privilegiada Iglesia de nuestro país, aconfesional país en teoría. Y, de paso, sobre mi relación con ella y con las religiones en general.
Y lo primero de que me he dado cuenta es de que difícilmente me habría yo visto metido en una como la que le ha anegado el buzón a Corso, por una sencilla razón, a saber: la Iglesia Católica me trae tan sin cuidado; espero tan poco de ella en cualquier terreno (en el intelectual, en el social, en el humanístico, en el de la consolación, en el compasivo, en el de la inteligencia, no digamos en el comprensivo); y, en suma, la considero tan ajena a mis inquietudes y preocupaciones, y tan lerda en sus argumentos e interpretaciones, y tan afanosa en sus influencias y sus bienes seculares (tanto en el sentido de los muchos siglos como en el de mundanales), que apenas presto atención a lo que dice, propone, manda, predica, condena o prohíbe. En realidad los católicos más indignados deberían agradecerle a mi vecino artúrico que se haya tomado la molestia de dedicar unos pensamientos y líneas, y por tanto de dar cierta importancia, a institución tan apolillada y necia. "Necio" significa "que no sabe lo que debía o podía saber", esto es, el que ignora con voluntad de ignorancia.
La Iglesia, cómo explicarlo, es para mi una de esas cosas que cuanto más lejos mejor. Ni siquiera quisiera rozarme con ella para combatirla, porque uno acaba siempre en el cuerpo a cuerpo y hay contrincantes que lo contaminan a uno con su solo contacto, aun si acaba derrotándolos. Esa Iglesia no me atañe, excepto cuando invade territorios políticos (y claro, eso sucede a menudo), o abusa del dinero de los contribuyentes (y eso ocurre cada año), o impone sus ortopédicos e intolerantes criterios fuera de sus jurisdicciones (y eso lo intenta sin pausa). Tuve una abuela y una madre muy religiosas, y tengo un padre creyente, pero para mi suerte fui a un colegio laico y mixto en tiempos en que éstos estaban prohibidos (ya he contado aquí cómo los chicos y chicas corríamos a cambiarnos de aula cuando aparecían inspectores franquistas), y mi contacto con curas fue en la niñez casi tan escaso como más tarde (he procurado que fuera nulo). No dudo de que los haya estupendos, y también monjas: en todo colectivo o gremio hay gente admirable, o eso creo optimistamente: los que AP-R llamó "la fiel infantería", los que de verdad ayudan sin ayudarse de paso a sí mismos, los que ni siquiera -pero estos no sé si existen- hacen proselitismo a cambio. Lo malo es que a esos se los ve poco por aquí, fuera de hospitales y residencias de ancianos. Tal vez estén la mayoría en sus perdidas misiones, en el África, en Sudamérica, jugándose a menudo el cuello. Los que aquí llevo viendo mi vida entera, en persona (pese a todo, unos cuantos) o en los medios, son, cómo decirlo, individuos que jamás van de frente. Y cuanto más alta la jerarquía (vaya ejemplares los obispos vascos; bueno, los obispos peninsulares casi en pleno), más esquinados y oblicuos, más manipuladores, más melifluos y más falsos.
¿Saben cuál es el principal problema de esa religión y de cualquiera, incluidas las sectas engañabobos que proliferan tanto? Que, por su definición y esencia, jamás actúan desinteresadamente. Siempre hacen proselitismo (lo llaman "apostolado"), siempre esperan conseguir algo a cambio de sus supuestos favores, enseñanzas, consuelos o buenas obras. Cualquier religión, así, me merece en principio desprecio, porque va siempre a captar clientes, aunque ellas los llamen "fieles" o "acólitos", no sé si no son peores estas dos palabras: la segunda, fíjense, significa etimológicamente "los que siguen o acompañan". Esto no quiere decir que, tal como ha ido el mundo, las religiones no haya que conocerlas, saber de ellas. Sin ese conocimiento nadie entendería nada, de la historia pasada ni de la presente. Y cómo no va a ser comprensible (quizá hable otro día de eso) la larga necesidad de los hombres de pensar en un Dios o en unos dioses. Pero ese es otro asunto: el Dios o los dioses -su idea- poco tienen que ver con las Iglesias; y si bien se mira, éstas son casi la negación de aquéllos. Porque, ¿hay acaso alguna que no dé órdenes y no legisle, que no influya en las vidas de sus creyentes y no aspire a controlarlas, que no prohíba y no manipule y no amenace y no castigue y no atemorice, y que no saque provecho de todo ello? Con la Iglesia Católica de España a la cabeza, no lo duden, sobre todo en lo relativo al provecho.
Este fue el segundo artículo. En el Pérez-Reverte relata como ha sentado la opinión por él vertida. Se publicó en el número 778 de "El Semanal" el día 22 de Septiembre del 2002.
"Hay tres asuntos que, cada vez que se plantean en esta página, suscitan una airadísima reacción. Uno es más ambiguo: el gremial del lector que se siente aludido en el todo por la parte. Cuentas, verbigracia, que el camarero de un bar era un guarro, y veinte camareros protestarán porque llamaste guarro a un honrado colectivo de tropecientos mil trabajadores. Por no hablar de las oenegés. O los pescadores. O el personal de vuelo de las compañías aéreas. Y es que eso es muy nuestro: que un fulano te dé palmaditas en la espalda y diga te sigo mucho, colega, hasta que a él también le tocas los cojones. Entonces dice qué desilusión, y que ya no va a leer un artículo ni un libro tuyo en su vida. Y tú concluyes: pues bueno. Mala suerte. Si de ese tipo de cosas depende que éste me lea o no, por mí puede leer a Paulo Coelho, para no salir de El Semanal. Que muestra el camino y no se mete con nadie.Desde otro lugar: El Semanal
Pero a lo que iba. El otro asunto es el de los nacionalismos periféricos. Y qué curioso. Si digo que España es una tierra de caínes y una puñetera mierda, nadie rechista. Tal vez porque las bestias ultrapatrióticas leen otro periódico, o porque los lectores -llevo diez años aquí- saben a qué me refiero exactamente, y a qué no. Pero basta tocar, aunque sea de refilón, algún aspecto del otro patrioterismo, provinciano y egoísta, que en España ha contaminado tradiciones, historias y culturas muy respetables, para que airados cantamañanas salten acusándote de nostálgico del Imperio y del Santo Oficio. Como si hubiera algo más negro y reaccionario que un cacique que medra a base de manipular a los lameculos y a los paletos de su pueblo. E incluso, a veces, mis primos se descomponen no porque te chotees de algo, sino porque mencionas cosas que ellos identifican con centralismo activo: un autor clásico, un momento de la Historia, la certeza de lo que hay de común en esta compleja encrucijada de razas y culturas que ya los romanos llamaban España. Por no hablar de lenguas. Puedes elogiar el catalán, el euskera, el gallego, el bable, la fabla aragonesa y hasta la de Barbate, enumerando las obras maestras que todas ellas han aportado a la literatura universal, y no pasa nada. Pero si hablas de la necesidad del latín te llaman reaccionario, y si dices que el castellano es una lengua bellísima y magnífica, no te libras de diez o doce cartas llamándote fascista.
En fin. Hablando de latines, el tercer asunto es la Iglesia Católica. Todavía arde el buzón, tras mi comentario del otro día sobre la parafernalia vaticana, con cartas de lectores indignados. Contumaces todos, curiosamente, en no darse por enterados de la distinción que he hecho siempre entre la Iglesia que me parece dignísima, necesaria y respetable -la fiel infantería- de una parte; la Iglesia histórica que es preciso conservar y estudiar como pieza clave de la cultura occidental, de la otra; y la Iglesia reaccionaria y autista instalada en el Vaticano y en las salas de estado mayor donde se mueven los generales: graduación ésta, lleven uniforme, sotana o corbata parlamentaria rosa fosforito, que, salvo contadas excepciones, siempre desprecié profundamente. Porque no sé ustedes; pero yo he visto enterrar a mucha gente a la que entre obispos, políticos y generales llevaron de cabeza a los cementerios. Leo libros. Miro alrededor.
Conozco el daño terrible, histórico, que discursos como los que aún colean en boca de santos padres y santos obispos hicieron, directa o indirectamente, a este desgraciado mundo en el que vivo. Daños que no se borran pidiendo disculpas cada tres o cuatro siglos. Alguien, en una de las cartas del otro día, me calificaba de resentido. Y acertaba de pleno: resentido e incapaz de perdonar -porque a veces el perdón conduce a la resignación y al olvido-, que esta España a menudo analfabeta, violenta, cobarde y miserable hasta la náusea, no sería hoy el lamentable espectáculo que es, problema vasco y terrorismo incluidos, de no haber estado siempre la Iglesia Católica en el confesionario de estúpidos reyes o sentada a la mesa de tantos canallas. Manteniendo a un país entero en la superstición, el fanatismo y la ignorancia. Sometiéndolo en la apatía y el miedo. Vinculando el Padrenuestro al vivan las caenas.
Esto ya no es una opinión personal. Está en los libros de Historia, al alcance de quien tenga ojos en la puta cara. Así que en vez de tanta carta y tanto soponcio y tanta milonga, vayan a una biblioteca y lean, que allí viene todo. Y si además tienen tiempo, y les apetece, hojeen seiscientas páginas que escribí hace ocho años sobre el asunto. Lo mismo hasta les interesan, fíjense. Hablan de obispos, curas y monjas. De dignidad y de fé. De la vieja y parcheada piel del tambor sobre la que todavía, pese a todo, resuena la gloria de Dios. Échenle un vistazo, si quieren, y déjenme de cartas y de sandeces beatas. Tengo canas en la barba, mucha mili en la mochila, algunas cuentas que ajustar antes de palmarla, y poco tiempo para perderlo en chorradas. "